“Solo soy un nazareno”.

No provengo de una familia de renombre en la hermandad. Mi padre no fue mayordomo de trono, ni nunca ocupó ningún cargo en la cofradía. Solo fue hombre de trono del Señor. Mi madre nunca ha sido hermana de la cofradía, pero mi recuerdo infantil más vivo es ir cogido de su mano muy temprano mientras caminábamos a toda prisa por las calles de “su barrio” al encuentro del Señor y la Virgen el Lunes Santo. Mis padres nacieron y pasaron su infancia y adolescencia en el barrio de la Trinidad, y luego “emigraron” a otros barrios más modernos, pero siempre me mantuvieron cerca de la raíz trinitaria; así que mis devociones siempre estuvieron claras.

Soy primera generación en casi todo en mi vida. Si soy abogado es porque mi madre se esforzó y trabajó para darnos a mi hermano y a mí la tranquilidad suficiente para que pudiéramos estudiar hasta el final. Así que llevo la cultura del esfuerzo y la constancia en mi ADN, igual que llevo el color cardenal.

Estuve en aquellos años de Juventud en que los veteranos de los 80 no permitían que los jóvenes tuvieran algo que decir en la hermandad. La rebeldía juvenil me llevó a querer plantear alternativa a un hermano mayor que había coronado a una Virgen. El sentido común hizo que reflexionara y rectificara, pero también hizo que me ganara el respeto que creo tener hoy en día por aquellos cofrades que lo dieron todo en años muy difíciles. Y fui fiscal de la cofradía en un gran proyecto que pudo llegar lejos. Me equivoqué más veces de las que acerté, pero aprendí del error.

Me casé en San Pablo con una mujer nazareno a quien conocí en la Casa, y mis tres hijos son nazarenos, cada uno con su alma propia, pero todos trinitarios, así que, comprenderán, mi visión de lo que pueda ser la hermandad en los próximos 50 años pasa por el papel fundamental que deben jugar todos quienes son partícipes y protagonistas del milagro trinitario:

  • El devoto, por mi madre; que nunca fue hermana de cuota, pero no se puede separar ni un momento de su Cautivo y su Trinidad, porque sin la devoción a Jesús Cautivo y a la Virgen de la Trinidad no seríamos lo que hoy somos.

 

  • El hermano, por mi juventud cofrade y rebelde; porque quienes asumen el compromiso de la pertenencia formal a la institución tienen el derecho ganado de estar cerca, el derecho a una hermandad sin puertas ni ventanas, a ser escuchados y a que no se les considere simples números.

 

  • El nazareno, por mi mujer y mis hijos; porque el futuro en esta hermandad es de quien se reviste el hábito trinitario blanco o cardenal, de quien camina con su cirio y es capaz de cumplir su estación de penitencia sin mirar a los ojos a su Cristo o su Virgen más que un momento al salir o al volver, y por eso, merece el mayor de los reconocimientos. 

Os pido vuestro apoyo para este proyecto ilusionante, más allá de prometer una casa hermandad o un trono, me comprometo a hacer renacer una hermandad que solo debe mirar hacia delante; los cofrades de hoy somos meros depositarios de la ilusión por el futuro, nos debemos a quienes serán cofrades los próximos 40 o 50 años, y por eso, no hay proyectos de mayordomía, hay proyectos de hermandad; nos corresponde poner la primera piedra de la ilusión por lo que ha de venir. Ellos, Jesús Cautivo y María Santísima de la Trinidad, seguirán estando ahí por siglos, si Dios lo quiere, con su misma pátina divina, con la misma unción, y nosotros pasaremos; por eso es tan importante la siembra de hoy, para que nuestros hijos y nietos cosechen el mañana.

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